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25 de febrero de 2013

Sobre festines y dietas extraños



El canibalismo. Un tema bastante perturbador, morboso e, incluso, algo incómodo, que horroriza como fascina a la sociedad contemporánea occidental. Nos remite a tiempos pretéritos, a gentes y pueblos primitivos, a ancestrales ritos o costumbres feroces; o también a crimen, desesperación y enfermedad mental.

Según el diccionario de la lengua española de Espasa Calpe, el canibalismo es “la costumbre de comer carne de seres de la propia especie, sobre todo por parte de los hombres.”
¿De dónde procede esta palabra? Pues es una deformación del nombre de una tribu de las Antillas, Venezuela y las Guayanas, los indios caribes, con los que los españoles se toparon al llegar a América; y a los que describieron como belicosos, feroces y con la característica de devorar a otros pueblos, como los taínos. Es muy difícil tratar de discernir si realmente los bravos indios caribes practicaban el canibalismo, probablemente lo hicieran, pero lo que sí es cierto es que españoles y más tarde holandeses, franceses e ingleses, utilizaron este pretexto para esclavizarlos a ellos y a otra multitud de pueblos más, como los maoríes, melanesios y otros pueblos del Pacífico.

Teniendo clara ya la etimología de la palabra, podríamos distinguir también entre canibalismo y antropofagia. El canibalismo siempre, a nivel antropológico, estará vinculado a un ritual; en cambio la antropofagia solo designa el consumo de carne humana por parte de otros seres humanos sin un contexto específico. Y habría que distinguir también entre endocanibalismo y exocanibalismo, señalando que casi nunca coexisten ambas formas en una misma sociedad. Pero esta clasificación, aparentemente tan cabal y simple, es engañosa y no es capaz de abarcar todo el fenómeno en sí. Muchos discreparían y con toda la razón. Debemos ser claros: el canibalismo es un fenómeno antiquísimo y poliédrico. Intentar domeñarlo o analizarlo es muy complicado; y esta Tabla Esmeralda con total seguridad no arañe ni la superficie, ni abarque las suficientes perspectivas para intentar comprenderlo satisfactoriamente. Dejémoslo en un pequeño conato algo presuntuoso... pero con las mejores de las intenciones.

El navegante alemán Hans Staden describió con detalles minuciosos parte de la dieta de los indios tupinambáes de Brasil


Se podrían mentar centenares de anécdotas, historias y verdaderas tradiciones vinculadas con el canibalismo en todos los continentes habitados, en todos. Y Europa y España no se libran de ellas, desde la estigmatización de la población judía a través del monstruo que devora niños (como el sacamantecas); hasta la figura del vampiro, con un cruel y sospechoso de prácticas caníbales príncipe válaco de inspiración, Vlad Tepes; o una noble húngara de costumbres sádicas y atribuciones también muy sangrientas, Isabel Báthory. Esto se debe a que el canibalismo, por mucho que nos cueste aceptarlo, forma parte de nuestro legado histórico-cultural como seres humanos. El canibalismo, tanto en las sociedades donde ya no se practica como tal hasta en los últimos reductos de las selvas de Borneo, ha tenido siempre múltiples caras e interpretaciones; puede ser un símbolo de creación, de unión con la divinidad, puede representar el acto que ampara el orden cósmico y por ende, un sustentador de la cohesión social. En nuestra propia sociedad judeo-cristiana la religiosidad está fundamentada en el concepto de un dios devorado, la comunión con él a través de su carne y sangre. Y junto a todo esto, aparece también la noción de sacrificio, que acompañará en multitud de ocasiones al canibalismo ritual.

Pero, ¿desde cuándo tenemos atestiguadas prácticas caníbales entre humanos? Dejando de lado las ideas febriles del húngaro Oskar Kiss Maerth, que en su obra del año 1969 El principio era el fin, afirmaba que los simios habían evolucionado hasta el homo sapiens a consecuencia de la ingesta de cerebros frescos de sus congéneres; sí que es cierto que el canibalismo lo tenemos atestiguado desde muy antiguo...
Se encontraron en nuestro país, en concreto en una cueva cercana a la población asturiana de Vallobal, los restos de una monumental comilona caníbal perpetrada por neandertales hace más de 40.000 años. Pero podemos ir mucho más atrás en el tiempo, en Atapuerca, se han hallado restos de humanos devorados por otros humanos, incluidos niños. El homo antecessor se devoraba a sí mismo de manera sistemática y violenta, sin indicios de la existencia de ningún ritual. ¿Por qué? Es una buena pregunta, quizás nunca lleguemos a saber la respuesta. Lo que sí está claro es que nuestros antepasados evolutivos se comían los unos a los otros... y el homo sapiens, también.


Recreación de un homo antecessor hembra practicando canibalismo


Por diversos motivos, los homo sapiens también nos hemos comido los unos a los otros, no podemos negar que ha sido y es, una expresión de nuestra propia naturaleza. El canibalismo ha servido a diferentes fines, criminales, religiosos, de cohesión social, comunión o sencillamente alimento. Y que también, desde la Antigüedad Clásica occidental, ha sido símbolo de barbarie, una de las últimas fronteras que separan lo humano de lo inhumano, del salvajismo, de la bestialidad.

En las diferentes culturas de diversos pueblos, son conocidos mitos y leyendas que hablan de canibalismo como una práctica aberrante... o no. Tenemos de ejemplo a la diosa marina Sedna, perteneciente al pueblo Inuit, señora también del Inframundo, y que según algunas leyendas, poseída de un hambre furiosa, intentó devorar a sus propios padres. No es un deidad amable con los humanos, a los que engulle si se topa con ellos.
En la mitología escandinava, encontramos también en la figura del gigante Ymir, remanentes de un canibalismo primordial donde este gigante mitológico, es asesinado y desmembrado para que de él se forme el mundo tal como lo conocemos, Midgard. Algo similar sucede con otro gigante de la mitología de la India, Purusha, de cuyo cuerpo y sangre surge todo lo existente gracias a que los devas lo matan y descuartizan. Entre los indios algonquinos, habitantes del norte de Estados Unidos y Canadá, es conocida la leyenda del Wendigo, espíritu de los bosques más profundos, que lleva la locura con su llamada allá donde va, y que no es mas que la representación de la demencia y oscuridad humanas que provocan el aislamiento y la soledad en los largos inviernos septentrionales, conduciendo al canibalismo por falta de alimento a los que lo sufren.
Pero el mito más conocido de canibalismo es, sin duda, el que Cronos cometió con sus hijos, aunque no es el único. La hija del rey de Atenas, Procne decide vengarse de su marido, el tracio Tereo, por haber violado, cortado la lengua y aprisionado a su hermana pequeña, Filomela. Su acción, proveniente de la furia y la desesperación, consistió en matar, guisar y ofrecer a Tereo en un opíparo banquete al hijo de ambos, Itis. Pero el canibalismo también aparece disfrazado en la mitología clásica en multitud de ocasiones: algunas divinidades infernales como las Keres, llamadas “las perras de Hades”, se dedicaban en las batallas a descuartizar y beber la sangre de los guerreros; tampoco los cíclopes hacían ascos a la carne humana y Hércules dio de comer al rey tracio Diomedes a sus propias yeguas, que ya estaban acostumbradas a una dieta así de especial.


El banquete de Tereo de Rubens

Históricamente, tanto Heródoto, Tácito, Flavio Josefo o Juvenal registraron actos caníbales, tanto culturales, religiosos como por pura hambre. Nadie duda que durante los largos y terribles asedios de las ciudades que trataban de resistir, se acudiera a prácticas caníbales, como sucedió en Numancia, Sagunto... 
El civilizado Egipto tampoco se libra: al final del Imperio Antiguo, en el tercer milenio antes de Cristo, durante "los años de los chacales",  la tremenda hambruna dirigió a la población a la antropofagia. Tampoco hace falta irse tan lejos: ya en la Edad Contemporánea, durante la II Guerra Mundial en el atroz sitio de Leningrado, los actos de canibalismo se multiplicaron de manera exponencial. El rigor del invierno (40 grados bajo cero) y casi 900 días de acorralamiento en la oscuridad, condujeron a miles de ciudadanos a la necrofagia, asesinato y canibalismo. Existían bandas organizadas que, de distrito en distrito de la ciudad, "cazaban" literalmente ciudadanos para luego devorarlos. Se vendía carne humana en los mercados
También está perfectamente documentado el canibalismo desesperado durante el Holocausto Ucraniano (Golodomor), una hambruna creada artificialmente por Stalin para someter a los kulaks o terratenientes. La llamada colectivización llevada a cabo en la Unión Soviética para apoyar el proceso de industrialización profunda del país, hizo que muchos kulaks se rebelaran y que millares de mujiks o campesinos, tuvieran que huir de los campos a las ciudades, acuciados por el hambre. Murieron entre 1932-1933 casi 4 millones de personas, siendo esta un cifra a la baja. Y, por supuesto, la antropofagia campó a sus anchas.
El desesperado éxodo de los mujiks, obligó a tomar también medidas drásticas al considerárseles "traidores". Pero no solo a ellos, sino a otros "elementos desclasados y elementalmente dañinos" como vagabundos, pequeños delincuentes comunes, antiguos comerciantes, etc, que fueron deportados a Siberia y el norte de Kazajistán, sin casi ningún tipo de apoyo o incluso sin un techo donde dormir. Hay que señalar también que, a causa de la política de cupos que llevaba a cabo la policía soviética, también fueron enviados arbitrariamente al exilio de la taiga y estepas siberianas niños, embarazadas, ancianos o trabajadores cualificados honrados incluso por el propio régimen, cuyo delito había sido, por ejemplo, olvidarse el pasaporte en casa. En uno de esos lugares de destierro, en concreto en la Siberia Occidental, a unos 800 kilómetros de la ciudad de Tomsk, tuvo lugar la Tragedia de Nazino (1933). En esa pequeña isla del río Ob, denominada también "La isla de los caníbales", fueron deportadas 6000 personas de las que sobrevivieron solo 2000. El primer día de su llegada ya murieron 295 personas, a causa de inanición y agotamiento. La disentería, el tifus, el rigor del clima, la brutalidad de los brigadieres y el hambre hicieron el resto, provocando la muerte de millares de personas, hacinadas en una isla pantanosa de 3 km de longitud, sin ningún cobijo ni infraestructura y con solo unas cuantas toneladas de harina para repartir. El canibalismo hizo su aparición de manera imparable, y aunque se detuvieron a 50 personas por su práctica, no se pudo impedir que continuara, tanto con cadáveres como con personas vivas.
La Historia nos enseña que el canibalismo acompañó al ser humano desde la Prehistoria y... que todavía se encuentra entre nosotros.


Pareja de campesinos del Volga que secuestraba y comía niños en 1921


Uno de los sucesos más célebres respecto al canibalismo de las últimas décadas tuvo lugar en la isla de Nueva Guinea entre la tribu fore, ya que devino en una enfermedad neurodegenerativa, similar a la encefalopatía espongiforme, denominada kuru. Provocó una auténtica epidemia. El kuru era causado por un prión que se transmitía al consumir tejido cerebral humano infectado. En el caso de los fore, era una práctica endocaníbal funeraria, pero tanto en Irian Jaya como Papúa Nueva Guinea, las prácticas caníbales no han respondido siempre a este patrón, teniendo en cuenta además que esta isla del Pacífico es una de las más ricas en diversidad cultural y lingüística de todo el planeta. Por eso, para otras tribus papúes como los jalé, no hay manera de vencer y humillar a un enemigo mejor que matarlo y comerlo.
En Oceanía, entre melanesios, aborígenes, maoríes, polinesios, etc; el canibalismo no era una práctica desconocida. En las Islas Marquesas llamaban a las víctimas que canibalizaban “pescados de los dioses”, solían ser enemigos capturados en refriegas, gentes de su mismo entorno y de islas vecinas, a los que se comían en ceremonias religiosas donde renovaban su alianza con los dioses, los tiki. En Fiyi también estaba extendida la costumbre de comer víctimas sacrificiales a las que decapitaban, e incluso los jefes y nobles fiyianos utilizaban un tenedor especial ceremonial, el iaulaniboloka, para trinchar la carne de “cerdo largo”. Este cubierto tan peculiar en la actualidad se vende a los turistas con bastante éxito.
También es conocida la anécdota que protagonizó la última reina de Hawái, Lili'uokalani (1838-1917) en Londres, que al verse desdeñada por la nobleza británica, no tuvo otra genial ocurrencia que declarar que ella también tenía sangre inglesa... porque su bisabuelo había tenido el placer de zamparse el corazón del navegante y explorador James Cook. Ciertamente, James Cook pereció en 1779 a manos de nativos hawaianos que luego... se lo comieron.



Lili'uokalani, última reina de Hawái, muy orgullosa de su sangre inglesa


Una de las islas más conocidas de Oceanía, es la de Pascua, y a pesar del halo místico y enigmático que en la actualidad se le está otorgando desde Occidente, fue un lugar de alto nivel de antropofagia, que comenzó con la llegada de los pueblos polinesios a sus costas y no antes. Estos pueblos, los Rapanui, alcanzaron su apogeo de canibalismo durante las guerras intestinas entre las dos facciones principales de la isla, los hanau eepe, que representaban la élite; y los hanau momoko, que tuvieron lugar en el s. XVII. La sobreexplotación de los recursos de la isla por parte de los Rapanui había llevado a una situación tan crítica que una guerra civil era casi inevitable. ¿Y cuál de los dos grupos ostentaría el privilegio de poseer el título de hare kai tangata (o lo que es lo mismo, “los que cocinan carne humana”)? Pues los hanau momoko, que prácticamente exterminaron a los hanau eepe, matándolos y devorándolos. Fue una auténtica carnicería por ambas partes, uno de los hanau eepe tenía los cadáveres de 30 niños hanau momoko en su casa listos para comérselos en el horno típico pascuense o curanto. Este auténtico apocalipsis caníbal llevó casi al colapso a la cultura pascuense, que, con la oportuna llegada de los europeos y sus enfermedades, hicieron que a mediados del s. XIX solo quedaran 111 habitantes autóctonos en la isla.


Testigo mudo de horrores de guerras fraticidas


Pero el canibalismo en el contexto bélico no es algo del pasado, sino que pertenece al s XXI también. Sinafasi Makelo, representante de los pigmeos Mbuti de la República Democrática del Congo, denunció en el año 2003 antes Naciones Unidas que el grupo rebelde Movimiento Liberal del Congo, encabezado por Jean-Pierre Bemba, había cocinado al menos a 12 pigmeos. No es el único testimonio recogido por la ONU de las actividades antropofágicas del MLC, el obispo de Beni-Butemba acusó abiertamente de canibalismo no solo al MLC, sino a los guerrilleros del RCD-N. No se trata de acciones aisladas, sino de un instrumento de terror al servicio de la guerra y sustentado en la superstición de que consumir carne de pigmeo, sobre todo su corazón, confiere propiedades sobrenaturales. No estamos hablando de rumores lejanos como los de Macías, Idi Amin o Bokassa. Esto está sucediendo aquí y ahora.

Pero como hemos dicho con anterioridad, cualquier guerra conlleva actos de gigantesco horror, como el anteriormente mencionado de canibalismo en el sitio de Leningrado, en este caso por necesidad; o los cometidos por soldados japoneses durante su ocupación del Pacífico en la II Guerra Mundial. Sus prisioneros de guerra americanos, indios, papúes y australianos fueron tratados como auténtico ganado. Una estrategia militar organizada, donde seres humanos en campos de prisioneros fueron sistemáticamente asesinados y devorados. No fueron hechos puntuales o aislados. Historiadores como Max Hastings, Antony Beevor o el japonés Toshiyuki Tanaka, de la Universidad de Hiroshima, que fue el primero en remover el avispero, han descubierto a partir de los años noventa las atrocidades que cometieron las tropas japonesas, incluso llegaron a practicar necro-canibalismo con sus propios compatriotas caídos.


Jean-Bédel Bokassa, emulando a su admirado Napoleón, como Emperador del Imperio Centroafricano


En nuestro presente el canibalismo religioso o cultural se encuentra prácticamente desaparecido, salvo en algunas prácticas funerarias de la Orinoquía entre los yanomami, en algunas zonas de Borneo, Sumatra, Irian Jaya... o la India. 
Allí es bien conocida la secta hinduista de los Aghori, compuesta de sadhus o monjes ascetas, seguidores del dios Shiva. Los Aghori son una minoría repartida por la India, Nepal y sudeste asiático, vista con cierto recelo y hasta repugnancia por el resto de los hinduistas, ya que suelen practicar costumbres consideradas "impuras" como beber alcohol, ingerir carne, tener relaciones sexuales con mujeres con la menstruación, consumir estupefacientes como cannabis u opiáceos, sadhanas en casas encantadas, etc. Los Aghori quebrantan los tabúes sociales de su entorno deliberadamente ya que acoger y aceptar lo "impuro", es para ellos en realidad trascender la ilusión de la dualidad, superar la creencia errónea de que existan opuestos. Suelen encontrarse en las cercanías de los ríos donde se creman cadáveres, ya que practican una necrofagia caníbal, que incluye tanto la ingestión de las cenizas de los difuntos como el propio consumo de la carne. También suelen portar un cráneo humano como recipiente para beber, llamado kapala.


Dejadle beber, que tiene sed el hombre


En la actualidad, donde se considera casi universalmente un tabú el canibalismo, es la necesidad perentoria, el crimen o la enfermedad mental las que empujan estos días al ser humano a este tipo de prácticas. 
Todo el mundo conoce el caso del avión uruguayo que se estrelló en los Andes en 1972 y, hasta que los supervivientes fueron rescatados, se vieron acuciados a alimentarse con la carne de sus compañeros fallecidos.
Un caso muy reciente de canibalismo voluntario (2012) lo encontramos en Cipango: el artista y chef de 22 años Mao Sugiyama, ofreció vía twitter cocinar sus atributos sexuales (pene, testículos y escroto) al gusto del que pagara por ello 100.000 yenes. Tras su emasculación y encontrar cinco clientes interesados, los cocinó con hongos y perejil italiano. En Japón el canibalismo no es delito. Evidentemente, este caballero sufre algún tipo de trastorno mental.
También en Cipango es muy célebre Issei Sagawa, que en 1981, mientras estudiaba su doctorado en lengua inglesa en la Universidad de la Sorbona en París, asesinó a una compañera de estudios y la congeló para hacerse su propio sashimi de carne humana... femenina. Fue condenado únicamente a cuatro años de prisión por enfermedad mental y actualmente es una estrella mediática que ha realizado incluso críticas gastronómicas.

Y si comenzamos a desglosar la casi infinita lista de asesinos y criminales que han practicado el canibalismo, no acabaríamos nunca: Jeffrey Dahmer “El carnicero de Milwakee”, Armin Meiwes “El caníbal de Rottemburgo”, Arthur Shawcross, Ajmat Azimov, Manuel Blanco RomasantaEl Lobisome de Rebordechao”, “Los vampiros de Witten”... cada una de estas personas nos cuenta una pequeña-gran historia repleta de espanto, crueldad y repugnancia.


¿A alguien le apetece salir de copas con Armin Meiwes? Parece una persona agradable


¿Y qué impacto ha tenido el canibalismo, la antropofagia en las letras? ¿Cómo ha sido plasmada?
Las obras son innumerables, porque este tema en particular siempre ha sido un foco de atención por motivos muy diferentes. Así que desde la Tabla Esmeralda, vamos a tratar de acercaros los que nos han parecido los más interesantes, teniendo en cuenta que nos dejaremos siempre en el tintero muchos libros más que seguramente también merecerían que los nombrásemos.

Los hermanos Grimm, además de unos portentos en el campo de la lingüística y pioneros de la filología de su país, recopilaron multitud de cuentos pertenecientes a la tradición oral alemana. De entre todos ellos, seguro que conocéis Hänsel y Gretel, una historia como la mayoría de las que recopiló esta pareja, cruenta y desgarrada. La bruja esclaviza a Gretel, mientras que ceba a Hänsel para darse un buen festín con sus carnes después. Pero es en otro cuento de los hermanos Grimm donde la ceremonia caníbal se completa. Hablamos Del Enebro (1812), cuyo argumento nos remite a horrores mitológicos antes nombrados como el de Procne y Tereo, pero en este cuento, cometido en vez de por enajenación, por auténtica maldad. Del Enebro es el cuento de un niño cuya madrastra decapita, guisa en un estofado y lo ofrece al propio padre de la criatura, completamente ajeno al crimen. Pero hay mucho más, como buen cuento, posee multitud de recovecos repletos de sutilezas y horrores que derivan a un final feliz, donde la justicia finalmente triunfa. Del Enebro tiene además una cuidadosa y delicada edición bilingüe en España, gracias a la editorial Jekyll & Jill, la cual os recomendamos fervientemente.







En 1837, Edgar Allan Poe publicó su La Narración de Arthur Gordon Pym. Es, sin duda, una de las obras del autor norteamericano más arriesgadas y oscuras de su carrera. Influyó poderosamente a otros literatos como Howard Phillips Lovecraft, Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Jorge Luis Borges o al mismísimo círculo surrealista parisino un siglo casi después. Un verdadero alarde de imaginación completamente visionaria donde nos relata las aventuras de Arthur Gordon Pym como polizón en la nave Grampus, camino al Antártico. Durante sus prodigiosas y también despiadadas correrías, se ve involucrado en un acto de canibalismo para sobrevivir, donde el azar decidió que el grumete Richard Parker fuera sacrificado por el bien común. Cosas de la Ley del Mar.

“Baste decir que, habiendo apaciguado en cierta medida la rabiosa sed que nos consumía gracias a la sangre de la víctima, y habiendo desechado, por común asentimiento, las manos, los pies y la cabeza y arrojándolas junto con las entrañas al mar, devoramos el resto del cuerpo, en pedazos, durante los cuatro eternamente memorables días del diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte de aquel mes “

Curiosamente, cuarenta años después de la publicación de la historia de Poe, la embarcación Mignonette naufragó en 1884 a centenares de kilómetros de la costa más próxima. Los escasos marineros aguantaron durante tres semanas bebiendo sus propios orines (una forma de autocanibalismo) y comiendo la carne de una tortuga que consiguieron cazar. Pero el más joven de los cinco supervivientes, comenzó a beber agua de mar, enfermó y enloqueció; lo que procuró la idea, siguiendo la tradición de La ley del Mar, que era legítimo matarlo y comerlo en beneficio del resto ya que iba a fallecer de igual manera. Así lo hicieron. El nombre del muchacho de 17 años canibalizado era... Richard Parker.


Magritte homenajea a Poe


En otras obras como La Máquina del Tiempo de H. G. Wells o Forastero en tierra extraña de Robert Anson Heinlein, aparecen episodios bien descritos de canibalismo, pero también la antropofagia ha sido utilizada en la literatura no solo para su argumento, sino como revulsivo y provocación, para desencadenar una reacción en el pensamiento y emociones del ser humano.
Es el caso de, por ejemplo, Jonathan Swift, sí, el de Los viajes de Gulliver, que en 1729 publicó un panfletillo, titulado Una humilde propuesta, donde a través del sarcasmo y la acidez más corrosiva, sugiere acabar con el hambre en Irlanda, planteando a los terratenientes ingleses cebar bebés de gente sin recursos hasta el año de edad, para que luego pudieran ser consumidos. Así se libraría al país de una carga y a la vez aportaría sustento alimenticio, total, igualmente esos bebés iban a morir, pero de hambre.
También provocaciones fueron siglos más tarde el Manifiesto caníbal Dadá de Francis Picabia de 1920, así como el Manifiesto de antropofagia de Oswaldo de Andrade en 1928, donde sin complejos se expresan ideas tan certeras como:

"Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. 

Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz.

Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago."


Pero sin duda, uno de los libros dedicados al canibalismo más importantes y extravagantes de la historia de la literatura fue y sigue siendo, La Cocina Caníbal (1970), del grandioso Roland Topor. Una auténtica delicia literaria donde Topor nos desgrana con mordacidad, humor muy, muy negro y toques claramente surrealistas, una serie de recetas imposibles. Un libro aderezado además con las ilustraciones del propio autor y que, por su espíritu heterodoxo y transgresor, puede llegar a ofender, escandalizar y herir sensibilidades.
Esa era, de todas formas, la intención del gran iconoclasta Roland Topor.
Y con él, esta Tabla Esmeralda tan poco usual, se despide hasta la próxima edición. Atentos a la receta, no se os vaya a indigestar.


Topor

"Puré de Cabeza de Jefe

Se le hace una pequeña visita al jefe a finales de año, justo antes de las fiestas de Navidad, y se le mata como a un cerdo, es decir, que se toma la precaución de dejarle desangrarse durante un tiempo para que su carne quede bien blanca. Una vez que la cabeza se ha cortado de tajo, se la deja chorrear. Después, se mete en agua hirviendo durante media hora aproximadamente. Al cabo de este tiempo se retira, se saca del agua hirviendo y se introduce en agua fría para refrescarla. Es sorprendente cómo la cabeza del jefe ha cambiado ya en ese momento. Su pelo se ha vuelto blanco y su mirada, aunque sigue siendo maliciosa, tiene cierto aire soñador. No es más que el principio, continuemos el ejercicio. Se arranca la mandíbula hasta el ojo, se deshuesa la cabeza, teniendo cuidado de unir las carnes para que no pierdan su forma. Una vez terminada la operación, se frota la cabeza con champú, y se envuelve en un paño atado con un cordel.



Para cocerla, se diluyen tres cucharas de harina en agua, se añade un ramo de flores, un trozo de mantequilla, sal, pimienta. Se introduce la cabeza en el preparado, se hierve quitando la espuma de vez en cuando; después se retira y se deja caer en una cubeta de una altura de 1,5 metros aproximadamente llena de puré, para que no pase frío en las orejas. Es un plato monumental que hay que reservar para las grandes reuniones familiares."



9 de febrero de 2013

Los vampiros de Stephen King





En la Tabla de hoy vamos a unir dos conceptos extremadamente populares, uno de ellos, encima, está muy de moda en la actualidad: vampiros y Stephen King.
Ninguno de los dos asuntos necesita grandes presentaciones, King es uno de los autores de terror contemporáneos más célebres, una fábrica humeante de best-sellers; y... los vampiros son carne de best-seller. Casi podríamos considerar este dúo un matrimonio perfecto, pero la realidad es que, para las más de cincuenta obras que ha escrito Stephen King, solo ha tocado propiamente dos veces la temática. Dos veces. 

La más conocida, que es la que tiene todo el mundo en mente es El Misterio de Salem's Lot (1975). Con dos pequeños relatos como precuela y secuela haciéndole compañía.
De estos dos relatos, a destacar la precuela, Los Misterios del Gusano, escrito en la época universitaria de King. En él homenajea lo mejorcito del terror gótico y el círculo lovecraftiano

Para empezar, el simple título está tomado de uno de los más asombrosos relatos de vampiros del s. XX: El vampiro estelar (1935) de Robert Bloch
En él aparece un antiguo grimorio, De Vermis Mysteriis, atribuido a un alquimista y nigromante holandés del s. XV llamado Ludwig Prinn. Este libro maldito, cuya traducción del latín al castellano sería "los misterios del gusano", contenía según la imaginación de Bloch, una serie de invocaciones y hechizos para atraer a nuestra esfera de realidad a una serie de entidades de naturaleza vampírica que existirían en vacíos adimensionales del espacio exterior.
Este tipo de grimorios y códices abominables, eran muy habituales en la literatura fantástica y lovecraftiana (El vampiro estelar estaba dedicado a Lovecraft además); ahí han quedado para la posteridad el famoso Necronomicón, los Manuscritos Pnakótikos, Los Cultos Innombrables de Robert E. Howard o el Libro de Eibon...que no, no existen más allá de las letras del relato al que pertenezcan.

Por supuesto, siempre se puede pedir prestado a la biblioteca de la inefable Universidad de Miskatonic


De ese De Vermis Mysteriis Stephen King tomó el título y lo convirtió en el leit motiv de su pequeño cuento, en el que también rindió vasallaje al terror clásico del s. XIX. Los Misterios del Gusano sigue una estructura epistolar que remite al Drácula (1897) de Stoker. Las influencias son muy claras, El hundimiento de la casa Usher (1839) de Poe, de nuevo Lovecraft con su Las ratas de las paredes (1923) y, sobre todo, el espíritu de un escritor de Nueva Inglaterra, en concreto de la ciudad de Salem (algunos dicen que las coincidencias no existen): Nathaniel Hawthorne y su La casa de los siete tejados (1851).
Porque debemos deciros también que la ubicación de las novelas y relatos de Stephen King, en la bella Nueva Inglaterra, no se debe solamente a que él proceda de allí (del estado de Maine exactamente) sino que es una elección bastante razonable para situar el misterio en Estados Unidos. Sus parajes evocan un ambiente más añejo y arcaico, al pertenecer a las primigenias 13 colonias que se independizaron del Reino Unido en 1776; y en donde todavía se mantienen en la actualidad costumbres y tradiciones de la vieja Europa del s. XVII - XVIII. Perfecto para que un país tan relativamente joven como Estados Unidos pueda enraizar sus terrores más antiguos a la europea... y con solera además. Lovecraft también era de ahí y aprovechó antes que King esa veta morbosa... ¿Os suenan los Juicios de Salem? Un mero ejemplo.


Nueva Holanda, Nueva York, Nueva Inglaterra y Nueva Francia. Las viejas colonias del norte...


Resumiendo, este Los Misterios del Gusano es un aperitivo, un preámbulo a la antigua usanza del cuento gótico de horror que desembocaría en la obra que todo el mundo conoce de Stephen King sobre vampiros: El Misterio de Salem's Lot.
Las mini-series de televisión, sobre todo la de Tobe Hooper de 1979, han contribuido también a que esta novela sea una de las más famosas de King, que de por sí vendió lo indecible. La famosa escena del niño vampiro flotando en la niebla, rozando con sus uñas la ventana de su antiguo amigo, formó parte de las pesadillas de millares de chiquillos. Un clásico del terror.


raaaac, raaac

Y continuamos con la palabra "clásico" entre manos. Porque El Misterio de Salem's Lot posee un argumento que ha sido utilizado en abundancia en los relatos y novelas de terror: la llegada a una comunidad de un extranjero misterioso y, a partir de ahí, los cambios que se sucederán, al principio imperceptibles, después ya incontrolables, y que destruirán el orden y la vida del lugar.
Por supuesto, no puede faltar la casa encantada, que en Salem's Lot toma su inspiración en ese gigante del terror que es La Maldición de la casa de la colina (1959) de Shirley Jackson. Stephen King recrea un ambiente claustrofóbico, como si el solar fuera una auténtica ratonera; y desarrolla de manera bastante competente la psicología de los diferentes personajes. Recuerda también a Los ladrones de cuerpos (1955) de Jack Finney, de la cual se hicieron películas como la imprescindible La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) de Don Siegel.

Pero centrémonos más en cómo Stephen King trata la figura del vampiro en esta novela. ¿Qué hace este autor? Lo primero, no comerse demasiado la cabeza. Si el libro sigue más bien unas pautas conservadoras, con referencias transparentes a colosos del terror y la ciencia-ficción con habilidad, su vampiro sigue la tónica. 
Kurt Barlow es el vampiro de tipo aristocrático, desdeñoso y, por supuesto, con leal lacayo humano. Proviene al parecer de Europa, su edad es desconocida aunque se indica que presenció el nacimiento del cristianismo; y posee las debilidades más populares atribuidas a los chupasangres: luz solar, estacas y cruces.
Tiene habilidades hipnóticas, fuerza sobrenatural y descansa en un ataúd. Necesita también residir en algún lugar antiguo y, a poder ser, de antecedentes truculentos como es el caso de la mansión Marsten. El protagonista principal de la novela, Ben Mears, sufre de niño en ese lugar una experiencia traumática bastante extraña, que lo perseguirá y hostigará ya de adulto en sueños hasta cristalizar en el horror vampírico de Kurt Barlow.
El retrato que Stephen King realiza del vampiro aquí entra dentro de los parámetros de lo convencional, un ser de frialdad absoluta, gran inteligencia, con cierta nostalgia hacia el pasado y que no deja de ser un monstruo, el depredador alfa por antonomasia. Es el Lord Ruthven de Polidori, el Drácula de Stoker, el Conde Magnus de Rhode James.
El Misterio de Salem's Lot se cierra, como indicábamos al principio, con una secuela que podríamos considerar casi anecdótica, Una para el camino, un relato corto que apareció junto a Los Misterios del gusano en la recopilación de 1978 El Umbral de la noche. Un pequeño cuento en boca de un anciano con moraleja: si conduces cerca de Jerusalem's lot, pasa de largo lo más rápido que puedas.




Y ya está. 
El vampiro de Stephen King se quedó allí, en ese pueblecito de Maine... hasta el año 2010, que tuvimos la grata sorpresa de verlo surgir de nuevo desde las páginas no de una novela, sino de un cómic.
King, junto a Scott Snyder, escribieron American Vampire; Rafael Albuquerque se hizo cargo de los pinceles. Y el resultado fue tan impresionante que al año siguiente esta obra ganó el premio Eisner a la mejor novela gráfica. Casi ná.
En el Vampiro Americano aparece una nueva raza de criaturas de la noche que poco tiene que ver con la figura tradicional con la que antes trabajó King... aunque la esencia sí siga siendo la misma, la de un depredador.
Es cierto que la arquitectura básica de este nuevo vampiro pertenece a Scott Snyder, pero Stephen King se adaptó perfectamente a él con entusiasmo y lo imbuyó de salvajismo y profundidad.
El vampiro de este tebeo es distinto, es una mutación, posee características y habilidades muy diferentes a las del vampiro común y es resistente a la luz solar.
Esto es lo que dice King de sus propias criaturas en American Vampire:

"Esto es lo que los vampiros no deberían ser:pálidos detectives que beben bloody marys y que solo trabajan de noche; melancólicos caballeros sureños; chicas adolescentes anoréxicas; guaperas de ojos grandes e ingenuos.
¿Qué deberían ser?
Asesinos, cariño. Asesinos inmutables que nunca tienen bastante de esa sabrosa sangre grupo A. Chicas y chicos malos. Cazadores. (...) Vampiros a los que ha desplazado el romance ñoño y empalagoso.(...)
En resumen, se trata de devolverles sus dientes a los chupasangres, esos que los vampiritos dulces y tiernos les robaron hace tiempo. Se trata de volver a hacerlos terroríficos."




Y eso es lo que encontramos en American Vampire.
El protagonista principal es Skinner Sweet, que es todo lo descrito por King y mucho más. Pearl Jones es su "hija" y en la obra van apareciendo desde dhampiros, clanes distintos de chupasangres, humanos no mucho menos desalmados que los propios vampiros y... 
Y os lo leéis.
American Vampire es una visión diacrónica de la historia reciente estadounidense a través de los ojos de un vampiro autóctono, comenzando en los años 20 y, de momento, finalizando en los 50.


Pearl perdiendo los nervios 


Y esto es lo que un autor tan prolífico como Stephen King ha parido sobre el vampiro. Algo quizás decepcionante desde cierto punto de vista si tenemos en cuenta el nivel de innovación de otras obras suyas, pero que, con el transcurrir del tiempo y observando las actuales circunstancias, es de muy agradecer. Siempre es mejor seguir la estela de los clásicos o reciclarse con nuevas colaboraciones que evacuar detritos tipo Crepúsculo.

Sobre festines y dietas extraños

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El canibalismo. Un tema bastante perturbador, morboso e, incluso, algo incómodo, que horroriza como fascina a la sociedad contemporánea occidental. Nos remite a tiempos pretéritos, a gentes y pueblos primitivos, a ancestrales ritos o costumbres feroces; o también a crimen, desesperación y enfermedad mental.

Según el diccionario de la lengua española de Espasa Calpe, el canibalismo es “la costumbre de comer carne de seres de la propia especie, sobre todo por parte de los hombres.”
¿De dónde procede esta palabra? Pues es una deformación del nombre de una tribu de las Antillas, Venezuela y las Guayanas, los indios caribes, con los que los españoles se toparon al llegar a América; y a los que describieron como belicosos, feroces y con la característica de devorar a otros pueblos, como los taínos. Es muy difícil tratar de discernir si realmente los bravos indios caribes practicaban el canibalismo, probablemente lo hicieran, pero lo que sí es cierto es que españoles y más tarde holandeses, franceses e ingleses, utilizaron este pretexto para esclavizarlos a ellos y a otra multitud de pueblos más, como los maoríes, melanesios y otros pueblos del Pacífico.

Teniendo clara ya la etimología de la palabra, podríamos distinguir también entre canibalismo y antropofagia. El canibalismo siempre, a nivel antropológico, estará vinculado a un ritual; en cambio la antropofagia solo designa el consumo de carne humana por parte de otros seres humanos sin un contexto específico. Y habría que distinguir también entre endocanibalismo y exocanibalismo, señalando que casi nunca coexisten ambas formas en una misma sociedad. Pero esta clasificación, aparentemente tan cabal y simple, es engañosa y no es capaz de abarcar todo el fenómeno en sí. Muchos discreparían y con toda la razón. Debemos ser claros: el canibalismo es un fenómeno antiquísimo y poliédrico. Intentar domeñarlo o analizarlo es muy complicado; y esta Tabla Esmeralda con total seguridad no arañe ni la superficie, ni abarque las suficientes perspectivas para intentar comprenderlo satisfactoriamente. Dejémoslo en un pequeño conato algo presuntuoso... pero con las mejores de las intenciones.

El navegante alemán Hans Staden describió con detalles minuciosos parte de la dieta de los indios tupinambáes de Brasil


Se podrían mentar centenares de anécdotas, historias y verdaderas tradiciones vinculadas con el canibalismo en todos los continentes habitados, en todos. Y Europa y España no se libran de ellas, desde la estigmatización de la población judía a través del monstruo que devora niños (como el sacamantecas); hasta la figura del vampiro, con un cruel y sospechoso de prácticas caníbales príncipe válaco de inspiración, Vlad Tepes; o una noble húngara de costumbres sádicas y atribuciones también muy sangrientas, Isabel Báthory. Esto se debe a que el canibalismo, por mucho que nos cueste aceptarlo, forma parte de nuestro legado histórico-cultural como seres humanos. El canibalismo, tanto en las sociedades donde ya no se practica como tal hasta en los últimos reductos de las selvas de Borneo, ha tenido siempre múltiples caras e interpretaciones; puede ser un símbolo de creación, de unión con la divinidad, puede representar el acto que ampara el orden cósmico y por ende, un sustentador de la cohesión social. En nuestra propia sociedad judeo-cristiana la religiosidad está fundamentada en el concepto de un dios devorado, la comunión con él a través de su carne y sangre. Y junto a todo esto, aparece también la noción de sacrificio, que acompañará en multitud de ocasiones al canibalismo ritual.

Pero, ¿desde cuándo tenemos atestiguadas prácticas caníbales entre humanos? Dejando de lado las ideas febriles del húngaro Oskar Kiss Maerth, que en su obra del año 1969 El principio era el fin, afirmaba que los simios habían evolucionado hasta el homo sapiens a consecuencia de la ingesta de cerebros frescos de sus congéneres; sí que es cierto que el canibalismo lo tenemos atestiguado desde muy antiguo...
Se encontraron en nuestro país, en concreto en una cueva cercana a la población asturiana de Vallobal, los restos de una monumental comilona caníbal perpetrada por neandertales hace más de 40.000 años. Pero podemos ir mucho más atrás en el tiempo, en Atapuerca, se han hallado restos de humanos devorados por otros humanos, incluidos niños. El homo antecessor se devoraba a sí mismo de manera sistemática y violenta, sin indicios de la existencia de ningún ritual. ¿Por qué? Es una buena pregunta, quizás nunca lleguemos a saber la respuesta. Lo que sí está claro es que nuestros antepasados evolutivos se comían los unos a los otros... y el homo sapiens, también.


Recreación de un homo antecessor hembra practicando canibalismo


Por diversos motivos, los homo sapiens también nos hemos comido los unos a los otros, no podemos negar que ha sido y es, una expresión de nuestra propia naturaleza. El canibalismo ha servido a diferentes fines, criminales, religiosos, de cohesión social, comunión o sencillamente alimento. Y que también, desde la Antigüedad Clásica occidental, ha sido símbolo de barbarie, una de las últimas fronteras que separan lo humano de lo inhumano, del salvajismo, de la bestialidad.

En las diferentes culturas de diversos pueblos, son conocidos mitos y leyendas que hablan de canibalismo como una práctica aberrante... o no. Tenemos de ejemplo a la diosa marina Sedna, perteneciente al pueblo Inuit, señora también del Inframundo, y que según algunas leyendas, poseída de un hambre furiosa, intentó devorar a sus propios padres. No es un deidad amable con los humanos, a los que engulle si se topa con ellos.
En la mitología escandinava, encontramos también en la figura del gigante Ymir, remanentes de un canibalismo primordial donde este gigante mitológico, es asesinado y desmembrado para que de él se forme el mundo tal como lo conocemos, Midgard. Algo similar sucede con otro gigante de la mitología de la India, Purusha, de cuyo cuerpo y sangre surge todo lo existente gracias a que los devas lo matan y descuartizan. Entre los indios algonquinos, habitantes del norte de Estados Unidos y Canadá, es conocida la leyenda del Wendigo, espíritu de los bosques más profundos, que lleva la locura con su llamada allá donde va, y que no es mas que la representación de la demencia y oscuridad humanas que provocan el aislamiento y la soledad en los largos inviernos septentrionales, conduciendo al canibalismo por falta de alimento a los que lo sufren.
Pero el mito más conocido de canibalismo es, sin duda, el que Cronos cometió con sus hijos, aunque no es el único. La hija del rey de Atenas, Procne decide vengarse de su marido, el tracio Tereo, por haber violado, cortado la lengua y aprisionado a su hermana pequeña, Filomela. Su acción, proveniente de la furia y la desesperación, consistió en matar, guisar y ofrecer a Tereo en un opíparo banquete al hijo de ambos, Itis. Pero el canibalismo también aparece disfrazado en la mitología clásica en multitud de ocasiones: algunas divinidades infernales como las Keres, llamadas “las perras de Hades”, se dedicaban en las batallas a descuartizar y beber la sangre de los guerreros; tampoco los cíclopes hacían ascos a la carne humana y Hércules dio de comer al rey tracio Diomedes a sus propias yeguas, que ya estaban acostumbradas a una dieta así de especial.


El banquete de Tereo de Rubens

Históricamente, tanto Heródoto, Tácito, Flavio Josefo o Juvenal registraron actos caníbales, tanto culturales, religiosos como por pura hambre. Nadie duda que durante los largos y terribles asedios de las ciudades que trataban de resistir, se acudiera a prácticas caníbales, como sucedió en Numancia, Sagunto... 
El civilizado Egipto tampoco se libra: al final del Imperio Antiguo, en el tercer milenio antes de Cristo, durante "los años de los chacales",  la tremenda hambruna dirigió a la población a la antropofagia. Tampoco hace falta irse tan lejos: ya en la Edad Contemporánea, durante la II Guerra Mundial en el atroz sitio de Leningrado, los actos de canibalismo se multiplicaron de manera exponencial. El rigor del invierno (40 grados bajo cero) y casi 900 días de acorralamiento en la oscuridad, condujeron a miles de ciudadanos a la necrofagia, asesinato y canibalismo. Existían bandas organizadas que, de distrito en distrito de la ciudad, "cazaban" literalmente ciudadanos para luego devorarlos. Se vendía carne humana en los mercados
También está perfectamente documentado el canibalismo desesperado durante el Holocausto Ucraniano (Golodomor), una hambruna creada artificialmente por Stalin para someter a los kulaks o terratenientes. La llamada colectivización llevada a cabo en la Unión Soviética para apoyar el proceso de industrialización profunda del país, hizo que muchos kulaks se rebelaran y que millares de mujiks o campesinos, tuvieran que huir de los campos a las ciudades, acuciados por el hambre. Murieron entre 1932-1933 casi 4 millones de personas, siendo esta un cifra a la baja. Y, por supuesto, la antropofagia campó a sus anchas.
El desesperado éxodo de los mujiks, obligó a tomar también medidas drásticas al considerárseles "traidores". Pero no solo a ellos, sino a otros "elementos desclasados y elementalmente dañinos" como vagabundos, pequeños delincuentes comunes, antiguos comerciantes, etc, que fueron deportados a Siberia y el norte de Kazajistán, sin casi ningún tipo de apoyo o incluso sin un techo donde dormir. Hay que señalar también que, a causa de la política de cupos que llevaba a cabo la policía soviética, también fueron enviados arbitrariamente al exilio de la taiga y estepas siberianas niños, embarazadas, ancianos o trabajadores cualificados honrados incluso por el propio régimen, cuyo delito había sido, por ejemplo, olvidarse el pasaporte en casa. En uno de esos lugares de destierro, en concreto en la Siberia Occidental, a unos 800 kilómetros de la ciudad de Tomsk, tuvo lugar la Tragedia de Nazino (1933). En esa pequeña isla del río Ob, denominada también "La isla de los caníbales", fueron deportadas 6000 personas de las que sobrevivieron solo 2000. El primer día de su llegada ya murieron 295 personas, a causa de inanición y agotamiento. La disentería, el tifus, el rigor del clima, la brutalidad de los brigadieres y el hambre hicieron el resto, provocando la muerte de millares de personas, hacinadas en una isla pantanosa de 3 km de longitud, sin ningún cobijo ni infraestructura y con solo unas cuantas toneladas de harina para repartir. El canibalismo hizo su aparición de manera imparable, y aunque se detuvieron a 50 personas por su práctica, no se pudo impedir que continuara, tanto con cadáveres como con personas vivas.
La Historia nos enseña que el canibalismo acompañó al ser humano desde la Prehistoria y... que todavía se encuentra entre nosotros.


Pareja de campesinos del Volga que secuestraba y comía niños en 1921


Uno de los sucesos más célebres respecto al canibalismo de las últimas décadas tuvo lugar en la isla de Nueva Guinea entre la tribu fore, ya que devino en una enfermedad neurodegenerativa, similar a la encefalopatía espongiforme, denominada kuru. Provocó una auténtica epidemia. El kuru era causado por un prión que se transmitía al consumir tejido cerebral humano infectado. En el caso de los fore, era una práctica endocaníbal funeraria, pero tanto en Irian Jaya como Papúa Nueva Guinea, las prácticas caníbales no han respondido siempre a este patrón, teniendo en cuenta además que esta isla del Pacífico es una de las más ricas en diversidad cultural y lingüística de todo el planeta. Por eso, para otras tribus papúes como los jalé, no hay manera de vencer y humillar a un enemigo mejor que matarlo y comerlo.
En Oceanía, entre melanesios, aborígenes, maoríes, polinesios, etc; el canibalismo no era una práctica desconocida. En las Islas Marquesas llamaban a las víctimas que canibalizaban “pescados de los dioses”, solían ser enemigos capturados en refriegas, gentes de su mismo entorno y de islas vecinas, a los que se comían en ceremonias religiosas donde renovaban su alianza con los dioses, los tiki. En Fiyi también estaba extendida la costumbre de comer víctimas sacrificiales a las que decapitaban, e incluso los jefes y nobles fiyianos utilizaban un tenedor especial ceremonial, el iaulaniboloka, para trinchar la carne de “cerdo largo”. Este cubierto tan peculiar en la actualidad se vende a los turistas con bastante éxito.
También es conocida la anécdota que protagonizó la última reina de Hawái, Lili'uokalani (1838-1917) en Londres, que al verse desdeñada por la nobleza británica, no tuvo otra genial ocurrencia que declarar que ella también tenía sangre inglesa... porque su bisabuelo había tenido el placer de zamparse el corazón del navegante y explorador James Cook. Ciertamente, James Cook pereció en 1779 a manos de nativos hawaianos que luego... se lo comieron.



Lili'uokalani, última reina de Hawái, muy orgullosa de su sangre inglesa


Una de las islas más conocidas de Oceanía, es la de Pascua, y a pesar del halo místico y enigmático que en la actualidad se le está otorgando desde Occidente, fue un lugar de alto nivel de antropofagia, que comenzó con la llegada de los pueblos polinesios a sus costas y no antes. Estos pueblos, los Rapanui, alcanzaron su apogeo de canibalismo durante las guerras intestinas entre las dos facciones principales de la isla, los hanau eepe, que representaban la élite; y los hanau momoko, que tuvieron lugar en el s. XVII. La sobreexplotación de los recursos de la isla por parte de los Rapanui había llevado a una situación tan crítica que una guerra civil era casi inevitable. ¿Y cuál de los dos grupos ostentaría el privilegio de poseer el título de hare kai tangata (o lo que es lo mismo, “los que cocinan carne humana”)? Pues los hanau momoko, que prácticamente exterminaron a los hanau eepe, matándolos y devorándolos. Fue una auténtica carnicería por ambas partes, uno de los hanau eepe tenía los cadáveres de 30 niños hanau momoko en su casa listos para comérselos en el horno típico pascuense o curanto. Este auténtico apocalipsis caníbal llevó casi al colapso a la cultura pascuense, que, con la oportuna llegada de los europeos y sus enfermedades, hicieron que a mediados del s. XIX solo quedaran 111 habitantes autóctonos en la isla.


Testigo mudo de horrores de guerras fraticidas


Pero el canibalismo en el contexto bélico no es algo del pasado, sino que pertenece al s XXI también. Sinafasi Makelo, representante de los pigmeos Mbuti de la República Democrática del Congo, denunció en el año 2003 antes Naciones Unidas que el grupo rebelde Movimiento Liberal del Congo, encabezado por Jean-Pierre Bemba, había cocinado al menos a 12 pigmeos. No es el único testimonio recogido por la ONU de las actividades antropofágicas del MLC, el obispo de Beni-Butemba acusó abiertamente de canibalismo no solo al MLC, sino a los guerrilleros del RCD-N. No se trata de acciones aisladas, sino de un instrumento de terror al servicio de la guerra y sustentado en la superstición de que consumir carne de pigmeo, sobre todo su corazón, confiere propiedades sobrenaturales. No estamos hablando de rumores lejanos como los de Macías, Idi Amin o Bokassa. Esto está sucediendo aquí y ahora.

Pero como hemos dicho con anterioridad, cualquier guerra conlleva actos de gigantesco horror, como el anteriormente mencionado de canibalismo en el sitio de Leningrado, en este caso por necesidad; o los cometidos por soldados japoneses durante su ocupación del Pacífico en la II Guerra Mundial. Sus prisioneros de guerra americanos, indios, papúes y australianos fueron tratados como auténtico ganado. Una estrategia militar organizada, donde seres humanos en campos de prisioneros fueron sistemáticamente asesinados y devorados. No fueron hechos puntuales o aislados. Historiadores como Max Hastings, Antony Beevor o el japonés Toshiyuki Tanaka, de la Universidad de Hiroshima, que fue el primero en remover el avispero, han descubierto a partir de los años noventa las atrocidades que cometieron las tropas japonesas, incluso llegaron a practicar necro-canibalismo con sus propios compatriotas caídos.


Jean-Bédel Bokassa, emulando a su admirado Napoleón, como Emperador del Imperio Centroafricano


En nuestro presente el canibalismo religioso o cultural se encuentra prácticamente desaparecido, salvo en algunas prácticas funerarias de la Orinoquía entre los yanomami, en algunas zonas de Borneo, Sumatra, Irian Jaya... o la India. 
Allí es bien conocida la secta hinduista de los Aghori, compuesta de sadhus o monjes ascetas, seguidores del dios Shiva. Los Aghori son una minoría repartida por la India, Nepal y sudeste asiático, vista con cierto recelo y hasta repugnancia por el resto de los hinduistas, ya que suelen practicar costumbres consideradas "impuras" como beber alcohol, ingerir carne, tener relaciones sexuales con mujeres con la menstruación, consumir estupefacientes como cannabis u opiáceos, sadhanas en casas encantadas, etc. Los Aghori quebrantan los tabúes sociales de su entorno deliberadamente ya que acoger y aceptar lo "impuro", es para ellos en realidad trascender la ilusión de la dualidad, superar la creencia errónea de que existan opuestos. Suelen encontrarse en las cercanías de los ríos donde se creman cadáveres, ya que practican una necrofagia caníbal, que incluye tanto la ingestión de las cenizas de los difuntos como el propio consumo de la carne. También suelen portar un cráneo humano como recipiente para beber, llamado kapala.


Dejadle beber, que tiene sed el hombre


En la actualidad, donde se considera casi universalmente un tabú el canibalismo, es la necesidad perentoria, el crimen o la enfermedad mental las que empujan estos días al ser humano a este tipo de prácticas. 
Todo el mundo conoce el caso del avión uruguayo que se estrelló en los Andes en 1972 y, hasta que los supervivientes fueron rescatados, se vieron acuciados a alimentarse con la carne de sus compañeros fallecidos.
Un caso muy reciente de canibalismo voluntario (2012) lo encontramos en Cipango: el artista y chef de 22 años Mao Sugiyama, ofreció vía twitter cocinar sus atributos sexuales (pene, testículos y escroto) al gusto del que pagara por ello 100.000 yenes. Tras su emasculación y encontrar cinco clientes interesados, los cocinó con hongos y perejil italiano. En Japón el canibalismo no es delito. Evidentemente, este caballero sufre algún tipo de trastorno mental.
También en Cipango es muy célebre Issei Sagawa, que en 1981, mientras estudiaba su doctorado en lengua inglesa en la Universidad de la Sorbona en París, asesinó a una compañera de estudios y la congeló para hacerse su propio sashimi de carne humana... femenina. Fue condenado únicamente a cuatro años de prisión por enfermedad mental y actualmente es una estrella mediática que ha realizado incluso críticas gastronómicas.

Y si comenzamos a desglosar la casi infinita lista de asesinos y criminales que han practicado el canibalismo, no acabaríamos nunca: Jeffrey Dahmer “El carnicero de Milwakee”, Armin Meiwes “El caníbal de Rottemburgo”, Arthur Shawcross, Ajmat Azimov, Manuel Blanco RomasantaEl Lobisome de Rebordechao”, “Los vampiros de Witten”... cada una de estas personas nos cuenta una pequeña-gran historia repleta de espanto, crueldad y repugnancia.


¿A alguien le apetece salir de copas con Armin Meiwes? Parece una persona agradable


¿Y qué impacto ha tenido el canibalismo, la antropofagia en las letras? ¿Cómo ha sido plasmada?
Las obras son innumerables, porque este tema en particular siempre ha sido un foco de atención por motivos muy diferentes. Así que desde la Tabla Esmeralda, vamos a tratar de acercaros los que nos han parecido los más interesantes, teniendo en cuenta que nos dejaremos siempre en el tintero muchos libros más que seguramente también merecerían que los nombrásemos.

Los hermanos Grimm, además de unos portentos en el campo de la lingüística y pioneros de la filología de su país, recopilaron multitud de cuentos pertenecientes a la tradición oral alemana. De entre todos ellos, seguro que conocéis Hänsel y Gretel, una historia como la mayoría de las que recopiló esta pareja, cruenta y desgarrada. La bruja esclaviza a Gretel, mientras que ceba a Hänsel para darse un buen festín con sus carnes después. Pero es en otro cuento de los hermanos Grimm donde la ceremonia caníbal se completa. Hablamos Del Enebro (1812), cuyo argumento nos remite a horrores mitológicos antes nombrados como el de Procne y Tereo, pero en este cuento, cometido en vez de por enajenación, por auténtica maldad. Del Enebro es el cuento de un niño cuya madrastra decapita, guisa en un estofado y lo ofrece al propio padre de la criatura, completamente ajeno al crimen. Pero hay mucho más, como buen cuento, posee multitud de recovecos repletos de sutilezas y horrores que derivan a un final feliz, donde la justicia finalmente triunfa. Del Enebro tiene además una cuidadosa y delicada edición bilingüe en España, gracias a la editorial Jekyll & Jill, la cual os recomendamos fervientemente.







En 1837, Edgar Allan Poe publicó su La Narración de Arthur Gordon Pym. Es, sin duda, una de las obras del autor norteamericano más arriesgadas y oscuras de su carrera. Influyó poderosamente a otros literatos como Howard Phillips Lovecraft, Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Jorge Luis Borges o al mismísimo círculo surrealista parisino un siglo casi después. Un verdadero alarde de imaginación completamente visionaria donde nos relata las aventuras de Arthur Gordon Pym como polizón en la nave Grampus, camino al Antártico. Durante sus prodigiosas y también despiadadas correrías, se ve involucrado en un acto de canibalismo para sobrevivir, donde el azar decidió que el grumete Richard Parker fuera sacrificado por el bien común. Cosas de la Ley del Mar.

“Baste decir que, habiendo apaciguado en cierta medida la rabiosa sed que nos consumía gracias a la sangre de la víctima, y habiendo desechado, por común asentimiento, las manos, los pies y la cabeza y arrojándolas junto con las entrañas al mar, devoramos el resto del cuerpo, en pedazos, durante los cuatro eternamente memorables días del diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte de aquel mes “

Curiosamente, cuarenta años después de la publicación de la historia de Poe, la embarcación Mignonette naufragó en 1884 a centenares de kilómetros de la costa más próxima. Los escasos marineros aguantaron durante tres semanas bebiendo sus propios orines (una forma de autocanibalismo) y comiendo la carne de una tortuga que consiguieron cazar. Pero el más joven de los cinco supervivientes, comenzó a beber agua de mar, enfermó y enloqueció; lo que procuró la idea, siguiendo la tradición de La ley del Mar, que era legítimo matarlo y comerlo en beneficio del resto ya que iba a fallecer de igual manera. Así lo hicieron. El nombre del muchacho de 17 años canibalizado era... Richard Parker.


Magritte homenajea a Poe


En otras obras como La Máquina del Tiempo de H. G. Wells o Forastero en tierra extraña de Robert Anson Heinlein, aparecen episodios bien descritos de canibalismo, pero también la antropofagia ha sido utilizada en la literatura no solo para su argumento, sino como revulsivo y provocación, para desencadenar una reacción en el pensamiento y emociones del ser humano.
Es el caso de, por ejemplo, Jonathan Swift, sí, el de Los viajes de Gulliver, que en 1729 publicó un panfletillo, titulado Una humilde propuesta, donde a través del sarcasmo y la acidez más corrosiva, sugiere acabar con el hambre en Irlanda, planteando a los terratenientes ingleses cebar bebés de gente sin recursos hasta el año de edad, para que luego pudieran ser consumidos. Así se libraría al país de una carga y a la vez aportaría sustento alimenticio, total, igualmente esos bebés iban a morir, pero de hambre.
También provocaciones fueron siglos más tarde el Manifiesto caníbal Dadá de Francis Picabia de 1920, así como el Manifiesto de antropofagia de Oswaldo de Andrade en 1928, donde sin complejos se expresan ideas tan certeras como:

"Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. 

Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz.

Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago."


Pero sin duda, uno de los libros dedicados al canibalismo más importantes y extravagantes de la historia de la literatura fue y sigue siendo, La Cocina Caníbal (1970), del grandioso Roland Topor. Una auténtica delicia literaria donde Topor nos desgrana con mordacidad, humor muy, muy negro y toques claramente surrealistas, una serie de recetas imposibles. Un libro aderezado además con las ilustraciones del propio autor y que, por su espíritu heterodoxo y transgresor, puede llegar a ofender, escandalizar y herir sensibilidades.
Esa era, de todas formas, la intención del gran iconoclasta Roland Topor.
Y con él, esta Tabla Esmeralda tan poco usual, se despide hasta la próxima edición. Atentos a la receta, no se os vaya a indigestar.


Topor

"Puré de Cabeza de Jefe

Se le hace una pequeña visita al jefe a finales de año, justo antes de las fiestas de Navidad, y se le mata como a un cerdo, es decir, que se toma la precaución de dejarle desangrarse durante un tiempo para que su carne quede bien blanca. Una vez que la cabeza se ha cortado de tajo, se la deja chorrear. Después, se mete en agua hirviendo durante media hora aproximadamente. Al cabo de este tiempo se retira, se saca del agua hirviendo y se introduce en agua fría para refrescarla. Es sorprendente cómo la cabeza del jefe ha cambiado ya en ese momento. Su pelo se ha vuelto blanco y su mirada, aunque sigue siendo maliciosa, tiene cierto aire soñador. No es más que el principio, continuemos el ejercicio. Se arranca la mandíbula hasta el ojo, se deshuesa la cabeza, teniendo cuidado de unir las carnes para que no pierdan su forma. Una vez terminada la operación, se frota la cabeza con champú, y se envuelve en un paño atado con un cordel.



Para cocerla, se diluyen tres cucharas de harina en agua, se añade un ramo de flores, un trozo de mantequilla, sal, pimienta. Se introduce la cabeza en el preparado, se hierve quitando la espuma de vez en cuando; después se retira y se deja caer en una cubeta de una altura de 1,5 metros aproximadamente llena de puré, para que no pase frío en las orejas. Es un plato monumental que hay que reservar para las grandes reuniones familiares."



Los vampiros de Stephen King

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En la Tabla de hoy vamos a unir dos conceptos extremadamente populares, uno de ellos, encima, está muy de moda en la actualidad: vampiros y Stephen King.
Ninguno de los dos asuntos necesita grandes presentaciones, King es uno de los autores de terror contemporáneos más célebres, una fábrica humeante de best-sellers; y... los vampiros son carne de best-seller. Casi podríamos considerar este dúo un matrimonio perfecto, pero la realidad es que, para las más de cincuenta obras que ha escrito Stephen King, solo ha tocado propiamente dos veces la temática. Dos veces. 

La más conocida, que es la que tiene todo el mundo en mente es El Misterio de Salem's Lot (1975). Con dos pequeños relatos como precuela y secuela haciéndole compañía.
De estos dos relatos, a destacar la precuela, Los Misterios del Gusano, escrito en la época universitaria de King. En él homenajea lo mejorcito del terror gótico y el círculo lovecraftiano

Para empezar, el simple título está tomado de uno de los más asombrosos relatos de vampiros del s. XX: El vampiro estelar (1935) de Robert Bloch
En él aparece un antiguo grimorio, De Vermis Mysteriis, atribuido a un alquimista y nigromante holandés del s. XV llamado Ludwig Prinn. Este libro maldito, cuya traducción del latín al castellano sería "los misterios del gusano", contenía según la imaginación de Bloch, una serie de invocaciones y hechizos para atraer a nuestra esfera de realidad a una serie de entidades de naturaleza vampírica que existirían en vacíos adimensionales del espacio exterior.
Este tipo de grimorios y códices abominables, eran muy habituales en la literatura fantástica y lovecraftiana (El vampiro estelar estaba dedicado a Lovecraft además); ahí han quedado para la posteridad el famoso Necronomicón, los Manuscritos Pnakótikos, Los Cultos Innombrables de Robert E. Howard o el Libro de Eibon...que no, no existen más allá de las letras del relato al que pertenezcan.

Por supuesto, siempre se puede pedir prestado a la biblioteca de la inefable Universidad de Miskatonic


De ese De Vermis Mysteriis Stephen King tomó el título y lo convirtió en el leit motiv de su pequeño cuento, en el que también rindió vasallaje al terror clásico del s. XIX. Los Misterios del Gusano sigue una estructura epistolar que remite al Drácula (1897) de Stoker. Las influencias son muy claras, El hundimiento de la casa Usher (1839) de Poe, de nuevo Lovecraft con su Las ratas de las paredes (1923) y, sobre todo, el espíritu de un escritor de Nueva Inglaterra, en concreto de la ciudad de Salem (algunos dicen que las coincidencias no existen): Nathaniel Hawthorne y su La casa de los siete tejados (1851).
Porque debemos deciros también que la ubicación de las novelas y relatos de Stephen King, en la bella Nueva Inglaterra, no se debe solamente a que él proceda de allí (del estado de Maine exactamente) sino que es una elección bastante razonable para situar el misterio en Estados Unidos. Sus parajes evocan un ambiente más añejo y arcaico, al pertenecer a las primigenias 13 colonias que se independizaron del Reino Unido en 1776; y en donde todavía se mantienen en la actualidad costumbres y tradiciones de la vieja Europa del s. XVII - XVIII. Perfecto para que un país tan relativamente joven como Estados Unidos pueda enraizar sus terrores más antiguos a la europea... y con solera además. Lovecraft también era de ahí y aprovechó antes que King esa veta morbosa... ¿Os suenan los Juicios de Salem? Un mero ejemplo.


Nueva Holanda, Nueva York, Nueva Inglaterra y Nueva Francia. Las viejas colonias del norte...


Resumiendo, este Los Misterios del Gusano es un aperitivo, un preámbulo a la antigua usanza del cuento gótico de horror que desembocaría en la obra que todo el mundo conoce de Stephen King sobre vampiros: El Misterio de Salem's Lot.
Las mini-series de televisión, sobre todo la de Tobe Hooper de 1979, han contribuido también a que esta novela sea una de las más famosas de King, que de por sí vendió lo indecible. La famosa escena del niño vampiro flotando en la niebla, rozando con sus uñas la ventana de su antiguo amigo, formó parte de las pesadillas de millares de chiquillos. Un clásico del terror.


raaaac, raaac

Y continuamos con la palabra "clásico" entre manos. Porque El Misterio de Salem's Lot posee un argumento que ha sido utilizado en abundancia en los relatos y novelas de terror: la llegada a una comunidad de un extranjero misterioso y, a partir de ahí, los cambios que se sucederán, al principio imperceptibles, después ya incontrolables, y que destruirán el orden y la vida del lugar.
Por supuesto, no puede faltar la casa encantada, que en Salem's Lot toma su inspiración en ese gigante del terror que es La Maldición de la casa de la colina (1959) de Shirley Jackson. Stephen King recrea un ambiente claustrofóbico, como si el solar fuera una auténtica ratonera; y desarrolla de manera bastante competente la psicología de los diferentes personajes. Recuerda también a Los ladrones de cuerpos (1955) de Jack Finney, de la cual se hicieron películas como la imprescindible La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) de Don Siegel.

Pero centrémonos más en cómo Stephen King trata la figura del vampiro en esta novela. ¿Qué hace este autor? Lo primero, no comerse demasiado la cabeza. Si el libro sigue más bien unas pautas conservadoras, con referencias transparentes a colosos del terror y la ciencia-ficción con habilidad, su vampiro sigue la tónica. 
Kurt Barlow es el vampiro de tipo aristocrático, desdeñoso y, por supuesto, con leal lacayo humano. Proviene al parecer de Europa, su edad es desconocida aunque se indica que presenció el nacimiento del cristianismo; y posee las debilidades más populares atribuidas a los chupasangres: luz solar, estacas y cruces.
Tiene habilidades hipnóticas, fuerza sobrenatural y descansa en un ataúd. Necesita también residir en algún lugar antiguo y, a poder ser, de antecedentes truculentos como es el caso de la mansión Marsten. El protagonista principal de la novela, Ben Mears, sufre de niño en ese lugar una experiencia traumática bastante extraña, que lo perseguirá y hostigará ya de adulto en sueños hasta cristalizar en el horror vampírico de Kurt Barlow.
El retrato que Stephen King realiza del vampiro aquí entra dentro de los parámetros de lo convencional, un ser de frialdad absoluta, gran inteligencia, con cierta nostalgia hacia el pasado y que no deja de ser un monstruo, el depredador alfa por antonomasia. Es el Lord Ruthven de Polidori, el Drácula de Stoker, el Conde Magnus de Rhode James.
El Misterio de Salem's Lot se cierra, como indicábamos al principio, con una secuela que podríamos considerar casi anecdótica, Una para el camino, un relato corto que apareció junto a Los Misterios del gusano en la recopilación de 1978 El Umbral de la noche. Un pequeño cuento en boca de un anciano con moraleja: si conduces cerca de Jerusalem's lot, pasa de largo lo más rápido que puedas.




Y ya está. 
El vampiro de Stephen King se quedó allí, en ese pueblecito de Maine... hasta el año 2010, que tuvimos la grata sorpresa de verlo surgir de nuevo desde las páginas no de una novela, sino de un cómic.
King, junto a Scott Snyder, escribieron American Vampire; Rafael Albuquerque se hizo cargo de los pinceles. Y el resultado fue tan impresionante que al año siguiente esta obra ganó el premio Eisner a la mejor novela gráfica. Casi ná.
En el Vampiro Americano aparece una nueva raza de criaturas de la noche que poco tiene que ver con la figura tradicional con la que antes trabajó King... aunque la esencia sí siga siendo la misma, la de un depredador.
Es cierto que la arquitectura básica de este nuevo vampiro pertenece a Scott Snyder, pero Stephen King se adaptó perfectamente a él con entusiasmo y lo imbuyó de salvajismo y profundidad.
El vampiro de este tebeo es distinto, es una mutación, posee características y habilidades muy diferentes a las del vampiro común y es resistente a la luz solar.
Esto es lo que dice King de sus propias criaturas en American Vampire:

"Esto es lo que los vampiros no deberían ser:pálidos detectives que beben bloody marys y que solo trabajan de noche; melancólicos caballeros sureños; chicas adolescentes anoréxicas; guaperas de ojos grandes e ingenuos.
¿Qué deberían ser?
Asesinos, cariño. Asesinos inmutables que nunca tienen bastante de esa sabrosa sangre grupo A. Chicas y chicos malos. Cazadores. (...) Vampiros a los que ha desplazado el romance ñoño y empalagoso.(...)
En resumen, se trata de devolverles sus dientes a los chupasangres, esos que los vampiritos dulces y tiernos les robaron hace tiempo. Se trata de volver a hacerlos terroríficos."




Y eso es lo que encontramos en American Vampire.
El protagonista principal es Skinner Sweet, que es todo lo descrito por King y mucho más. Pearl Jones es su "hija" y en la obra van apareciendo desde dhampiros, clanes distintos de chupasangres, humanos no mucho menos desalmados que los propios vampiros y... 
Y os lo leéis.
American Vampire es una visión diacrónica de la historia reciente estadounidense a través de los ojos de un vampiro autóctono, comenzando en los años 20 y, de momento, finalizando en los 50.


Pearl perdiendo los nervios 


Y esto es lo que un autor tan prolífico como Stephen King ha parido sobre el vampiro. Algo quizás decepcionante desde cierto punto de vista si tenemos en cuenta el nivel de innovación de otras obras suyas, pero que, con el transcurrir del tiempo y observando las actuales circunstancias, es de muy agradecer. Siempre es mejor seguir la estela de los clásicos o reciclarse con nuevas colaboraciones que evacuar detritos tipo Crepúsculo.